Biografía
Nací en Moscú la helada madrugada del 4 de diciembre del año 1866, mi familia fue repatriada de la Siberia Oriental. Mi padre era un comerciante de té y mi madre, Lydia Ticheeva, era famosa por su belleza e indudable inteligencia.
Desde muy joven destaqué por mi sensibilidad para percibir los colores; intenso verde claro, blanco, rojo carmín, negro y amarillo ocre son algunos de mis primeros recuerdos de un viaje a Italia que hice en 1869. Esta capacidad para proyectar los colores y las escenas me acompañó durante toda mi vida.

El mundo de la música me llenaba de tal manera que no tardé en aprender rápidamente a tocar el piano y el chelo, esta influencia por la música aparecerá en mi pintura y será importante para entender el porqué de algunas obras.
Pese a estas inclinaciones artísticas que me invadían, finalmente decidí estudiar estudiar Derecho y Economía, por otro lado, siempre me interesó estar al tanto de todos los avances de la ciencia. Cuando me licencié logré un puesto de asistente en la Universidad de Moscú, allí es donde conocí por primera vez a Anja Tschimiakin, mi propia prima, con quien contraje matrimonio en 1892, un matrimonio donde predominaba una buena relación intelectual y de amistad.
Pasaron los años y cumplí treinta años. Veía que cada vez se hacía más fuerte la idea de expresar todo lo que llevaba dentro a través de la pintura y de los colores. Por un lado, en la exposición de pintura impresionista francesa celebrada en Moscú me topé con el cuadro de Monet, Montón de Heno, y de repente vi un cuadro por primera vez. Aunque en el catálogo se decía que era un montón de heno, no pude reconocerlo, lo que me resultó embarazoso. Además, pensaba que el artista no tenía derecho a pintar de forma tan poco clara. No me parecía bien que faltara el objeto. Pero, asombrado y confuso, me di cuenta de que el cuadro no sólo cautivaba, sino que se grababa en la memoria pasando ante mis ojos inesperadamente, lo tenía presente con todos sus detalles. Todo me resultaba incomprensible y no fui capaz de adivinar las consecuencias de aquella experiencia. Lo que me resultaba claro era la fuerza insospechada de la paleta, desconocida hasta entonces para mí, que sobrepasaba todos mis sueños. La pintura irradiaba fuerza y esplendor de cuento de hadas. Inconscientemente se desacreditaba al objeto como elemento pictórico inevitable. Por otro lado la ópera Lohengrin, de Wagner, fue lo que me conmovió e impulsó mi sensibilidad artística. Aquel desfile de sonidos y armonías me hicieron experimentar la sinestesia, lo cierto es que podía ver todos aquellos colores en mi mente, desfilaban ante mis ojos. Salvajes, maravillosas líneas se dibujaban ante mí.
Esta relación, que para mi es real, entre la música y los colores, me cautivó de tal manera que se convirtió en el punto de partida para mis teorías artísticas y de mi obra. Dejando así a un segundo plano la docencia.
Escrito por Kandinsky
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